DEBEN LOS MINISTROS DE ECONOMIA ENTENDER A LA TIERRA?
En un aporte anterior preguntaba si los ministros del ambiente deberían escuchar a las piedras. Como complemento a ello, creo que es necesario preguntarse si los ministros de economía deberían entender a la Tierra.
La interrogante puede sonar extraña. Es que todos damos por sentado que los ministros de economía entienden al mercado, el desempeño de las empresas, la cotizaciones en las bolsas de comercio, las tasas de interés, o cuestiones por el estilo. Pero nadie espera que entiendan los humores del planeta o que supieran qué es la biósfera.
A mi modo de ver ese es un grave error. En el pasado podía pasar desapercibido, pero en la actualidad no se puede ocultar que los deseos y planes de los ministros de economía están cada vez más condicionados por factores ambientales. No me refiero a las condiciones ambientales clásicas, como una sequía que afecta a un rincón de país, y que por lo tanto llegará al escritorio del ministro de hacienda ya que deberá movilizar recursos financieros. Estoy apuntando, en cambio, a factores ambientales que ocurren en los diversos rincones del planeta. Son, por lo tanto, condiciones ecológicas globales.
En las últimas semanas, las lluvias que llegaron a algunas regiones de Rusia y Australia dieron alivio a la producción agrícola, con lo cual se esperan cosechas aceptables en esos países. Esos hechos dejaron de ser cuestiones meramente rusas o austrialanas, ya que inmediatamente se globalizaron por las reacciones de los centros mundiales de cotización de cereales. Las deciesiones de esas bolsas de valores arrastraron los precios de otros alimentos, con los cual las ondas de efectos llegarán a todos los países, y a todas las mesas. De esa manera, la marcha del clima en el otro lado del planeta terminará afectando, por ejemplo, los precios de los alimentos en las naciones andinas.
Más cerca, en Brasil, los planes gubernamentales de crecimiento económico están en riesgo por la caída en la disponibilidad de agua en muchas represas. Eso obliga que el gobierno de Dilma Rousseff deba encender centrales de generación térmica, muchas de ellas alimentadas por gas natural. El gobierno se ve así obligado a destinar grandes cifras de dinero para contar con el suministro de electricidad, aunque esta es cada vez más cara. La consecuencia de esto es debilitar su crecimiento económico, lo que afecta a varios países vecinos, como son sus vecinos del Cono Sur. Es más, eso redobbla el interés brasileño por construir más represas, no sólo en su territorio, sino en la Amazonia peruana, boliviana o ecuatoriana.
Nos encontramos frente a una estrecha asociación “eco-eco”, explicada por las vinculaciones de las condiciones ecológicas sobre el desempeño económico. La variabilidad climática, con episodios de sequías e inundaciones que se alternan en los distintos rincones del mundo, tiene efectos económicos tan importantes como las decisiones que puedan tomar los ministros de Economía en Pekín o Washington. Si se dieran cuenta de esto, esos ministros deberían estar junto a los del ambiente en las negociaciones sobre cambio climático.
La diferencia crítica es que los ministros de economía pueden tomar decisiones sobre asuntos humanos, o al menos intentarlo. Pero por más que deseen no pueden hacer que llueva allí donde hay sequía, o retirar las aguas donde ocurrieron inundaciones. No sólo esto, sino que la vinculación “eco-eco” ni siquiera es fácilmente reconocible por la economía clásica, ya que para ella el ambiente es solamente un marco externo. Además, las urgencias que imponen la crisis y la recesión en varios países industrializados, aparta todavía más la atención de los ministros de economía de esas cuestiones ambientales planetarias.
El economista Joseph Stiglitz recientemente alertaba sobre los “problemas que la crisis impide ver”, y sin dudarlo, dice que el más importante es el cambio climático (su artículo completo aquí…). A su juicio, se deben reducir las emisiones de gases con efecto invernadero con medidas específicas, algo que no se está haciendo adecuadamente, y no debería asumirse que la recesión aliviaría este problema.
Así como la economía se encuentra muy interconectada a nivel global, todavía más estrechas son las vinculaciones ecológicas planetarias. Estos dos mundos no están separados, y la marcha del desarrollo está acotada por la salud ambiental. Dicho de otra manera, toda economía nacional depende de una ecología global. Por esto, los ministro de economía deberían comenzar a escuchar a la Tierra.
Una primera versión de estas ideas apareció en mi columna en La Primera de Lima – ver…