EL MITO DE LA INFLEXIBILIDAD AMBIENTALISTA Y LAS POLITICAS AMBIENTALES INVERTIDAS

EL MITO DE LA INFLEXIBILIDAD AMBIENTALISTA Y LAS POLITICAS AMBIENTALES INVERTIDAS
Disminuir tamaño de fuente Aumentar tamaño de fuente Texto Imprimir esta página

El llamado a una “gran conversación nacional” desde el gobierno generó una intensa polémica alrededor de la temática ambiental que merece ser analizada. En ella sobresalió la insistencia de muchos reclamando flexibilidad a los ambientalistas a la vez que los etiquetaban como intransigentes. Otra expresión del mito de un ambientalismo inflexible, incapaz de negociar, que permite que sigamos padeciendo políticas ambientales invertidas.

Es apropiada una mirada conceptual sobre esta cuestión, aprovechando comparaciones con países vecinos, aunque sin pretender recetar que se debe hacer o no hacer en Colombia.

Comencemos por indicar que un llamado a “conversar” debe ser bienvenido, y en especial en Colombia donde esas tareas no son nada sencillas. La diversidad de temas ambientales en juego y las distintas maneras de interpretarlos, siempre hace que sea necesario el diálogo.

A pesar de convocar al diálogo arrecieron las exigencias y hasta las denuncias contra algunas posiciones ambientales calificándolas como intransigentes, exigiéndoles que fueran flexibles y cedieran en sus posiciones. A los defensores ambientales se les pedía saber “negociar”. De ese modo algunos llegaron a repetir el cliché de pintar a los ambientalistas como radicales, fanáticos verdes, que hacen reclamos imposibles, que impiden el desarrollo o el progreso, y que quieren regresar al primitivismo de vestir taparrabos. Examinemos esos extremos.

Ambientalismo intransigente

Desde un punto de vista conceptual allí reside una enorme confusión. Es que no se comprende que hay metas ambientales precisas y concretas que no se pueden “negociar”, ni se pueden “estirar” para ser flexibles. Me explico: mantener el agua limpia implica no derramar en ella ciertas sustancias peligrosas, o preservar las especies amenazadas requiere asegurarles superficies suficientes para que puedan sobrevivir. En estas y otras dimensiones hay mucha evidencia científica sobre los límites y condiciones para una gestión ambiental adecuada. La toxicidad de los contaminantes no se puede “negociar”, las presiones de una cámara empresarial no pueden hacer que, por ejemplo, la fisología de humanos o animales se vuelva inmune al plomo o mercurio en el suelo o agua.

Entonces, cuando se reclama a los ambientalistas que cedan, ¿qué se les está pidiendo? ¿Cuántas especies deberían permitir que se extingan para demostrar que son flexibles negociadores? ¿Una? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil? Del mismo modo, para no entorpecer el crecimiento económico, ¿hasta dónde tolerar la contaminación de las aguas? ¿Poco o mucho? ¿Demandar que el agua esté libre de contaminantes nos llevará a la edad de piedra?

Explicando la situación de otro modo, si se toma a la Naturaleza como un organismo enfermo, los ambientalistas exigen sanar ese cuerpo. En cambio, desde los gobiernos, las empresas y también (hay que reconocerlo) desde buena parte de la academia, se insiste en que eso es demasiado radical. Se pide, en cambio, tolerar que el paciente esté crónicamente enfermo, siendo flexible con las causas de las enfermedades, y así continuar con el paulatino deterioro hasta el colapso final.

Dentro de esta problemática también se incluyen los discursos que caen en justificar unas prácticas de alto impacto ambiental señalando que hay otras que son todavía más dañinas. Esto ocurre cuando por ejemplo se defiende a la megaminería o la explotación petrolera porque habría prácticas agrícolas o ganaderas con mayores impactos ambientales. De ese modo, la flexibilización estaría en legitimar los extractivismos depredadores por medio de encontrar algún otro emprendimiento más dañino.

En esa posición otra vez se relega a la ciencia. Es que nada en las ciencias ambientales permite concluir que unos modos de apropiación de los recursos naturales serían automáticamente ecológicamente benignos o tolerables porque haber otros que son muchos más graves. Una incorrecta argumentación ocurre cuando se reclama flexibilidad a los ambientalistas pongamos por caso ante extractivismos petroleros y mineros, diciendo que cierta agricultura tiene impactos mucho más graves. Las ciencias ambientales ofrecerán la evidencia sobre los efectos de unos y otros tipos de impacto, y en muchos casos la mayor parte de ellos son severos de distinta manera.

Es así que se publicita a los ambientalistas como intransigentes desde quienes a su vez se presentan como negociadores y ecuánimes, que saben cómo ceder. Esta es una postura que recibe muchos apoyos (¿quién podría estar en contra de aquellos que se autodefinen como racionales negociadores?). Al pedir flexibilidad, comprensión o realismo ante las exigencias ambientales en los hechos nos alejamos de las ciencias ambientales, y se reclama renunciar a un real y efectivo cumplimiento de metas tales asegurar un ambiente sano o preservar la biodiversidad.

Plan de desarrollo y contexto político

Desde una ecología política, estas conversaciones no pueden sustraerse del contexto político. El llamado al diálogo ambiental no es independiente de las protestas en las calles y carreteras. Justamente, tras los ecos de las cacerolas es que el gobierno lanzó esta convocatoria. Esas protestas muestran que los canales formales para la participación ciudadana han sido insuficientes, inadecuados o perdieron legitimidad, y los ministerios del ambiente están afectados por esa problemática.

La condición de un gobierno que “no escucha” o es “sordo” se repite en toda América Latina en la temática ambiental, dejando en evidencia tanto institucionalidades inapropiadas como una repetida erosión de la imagen de los ministros del ambiente, que en lugar de ser paladines en la protección del entorno se vuelven instrumentos en justificar su destrucción.

Cuando la situación se vuelve crítica se recurre a mecanismos extraordinarios de participación porque los instrumentos cotidianos fracasaron. Esto no es sencillo para un ministro del ambiente en tanto apoyar un espacio extraordinario de diálogo es a la vez un reconocimiento de mecanismos regulares que han sido insuficientes o inapropiados.

Esas y otras limitaciones del contexto político a su vez se explican por el Plan Nacional de Desarrollo del gobierno Duque. Los objetivos de ese plan son en su esencia incompatibles con la sustentabilidad ambiental, e incluso limitan seriamente las posibilidades de construir políticas ambientales de modos participativos y plurales. Esto hace que se pueda “conversar” sobre algunos subtemas, como por ejemplo medidas por la contaminación del aire, pero eso no cambia la esencia de ese plan de desarrollo. Allí anida una contradicción básica, ya que esa propuesta de desarrollo implica unos tipos de apropiación de la Naturaleza y unos modos de prácticas políticas, que hacen casi imposible, por ejemplo, asegurar una adecuada conservación de la biodiversidad o la participación ciudadana en la gestión ambiental. Esas contradicciones ya han sido señaladas por un grupo sustantivo de ambientalistas y académicos (1).

Políticas ambientales invertidas

El cóctel que se agita incluye un plan de desarrollo que limita políticas ambientales sustantivas a la vez que etiqueta a los ambientalistas como intransigentes con demandas absurdas. Se reclama flexibilidad como si los ambientalistas estuvieran ganando casi todas las batallas, clausurándose uno detrás de otros los emprendimientos más contaminantes, cuando la realidad es la inversa. En todos los países, y Colombia entre ellos, hay larguísimas listas de incumplimientos ambientales, sentencias judiciales sobre daños ambientales, y promesas incumplidas de candidatos políticos en proteger el ambiente. El estado de situación muestra una persistente caída de la calidad ambiental y deterioro de la biodiversidad en todos los países.

Se genera de este modo unas políticas ambientales que están “patas para arriba”. En los hechos se hace tolerable la destrucción del patrimonio natural, la mala calidad en la salud y el ambiente, en particular entre los más pobres. Entretanto, aquellos actores que abusan de los ecosistemas, que contaminan suelos y aguas, una y otra vez repiten que hay demasiadas exigencias, muchos controles, que se traba el progreso y la inversión. Han sido exitosos en ocultar su propia intransigencia y se la cargaron a los ambientalistas y a las comunidades locales.

Muchas de las metas en la calidad del ambiente y la salud en lugar de guiar las políticas públicas pasan a ser el espacio a derrotar, minimizar y encauzar. Allí nace una dinámica política invertida que apunta a desmontar una gestión ambiental efectiva.

Seamos claros: la temática ambiental tiene una radicalidad excluyente. Cuando se cede mucho, cuando se flexibiliza demasiado, es que se extinguen las especies o las personas mueren por contaminación. Esos cambios, esas consecuencias, son irreversibles. Los ambientalistas no son radicales cuando denuncian esas situaciones que otros tratan de ocultar. Cuando una especie silvestre se extingue no hay retorno. El ambientalismo en última instancia defiende a los que pueden desaparecer mañana. ¿Esto es negociable?

 

Notas

1. Comunicado de defensores-as de la Naturaleza y de los derechos de las comunidades respecto al diálogo nacional ambiental con el presidente Duque, en La mesa convocada por el Gobierno no cuenta con nuestro apoyo»: Movimiento Nacional Ambiental, El Espectador, 2 diciembre 2019, https://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/la-mesa-convocada-por-el-gobierno-no-cuenta-con-nuestro-apoyo-movimiento-nacional-ambiental-articulo-893999

Publicado originalmente en el blog Embrollo del Desarrollo, en El Espectador (Bogotá), el 9 diciembre de 2019.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *