AMBIENTE Y POLITICA EN URUGUAY

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tn_UruguayVacasEl pasado 5 de Junio tuvo lugar un nuevo Día Mundial del Medio Ambiente. La fecha bajo la cual, en todo el mundo, se revisan, comentan y discute sobre el estado del ambiente, y las propuestas para salir de la crisis ambiental. Como aporte a la (escasa) discusión dentro de Uruguay, en el semanario Voces, presenté un repaso de algunos puntos sobresalientes de la situación uruguaya.

El artículo, publicado el 3 de junio, aborda la temática del «Ambiente y política en Uruguay«. El texto del artículo es el siguiente:

Como todos los años, los diarios presentarán suplementos sobre el tema, casi siempre con avisos gubernamentales, y entrevistas a los jerarcas de esos mismos ministerios. Como todos los años, unas pocas empresas harán publicidad “verde”, y algunas de ellas provienen de actividades que usualmente tienen altos impactos en el entorno.

Desde hace años, la celebración del día del ambiente se aprovecha para ofrecer una imagen donde, si bien podrían existir algunos “inconvenientes” ecológicos, el gobierno y algunas empresas están actuando. Nunca queda del todo claro cuál es la verdadera situación ambiental nacional. En el 5 de junio, esos temas esenciales no se dilucidan, y en cambio se insiste con el slogan del “Uruguay Natural”, y que “no estamos tan mal como aquellos que están muy mal”.

Por si fuera poco, todo el debate alrededor de la planta de celulosa en Fray Bentos, acentuó más las resistencias a sopesar la situación ecológica nacional. No faltaba quien consideraba cualquier denuncia ambiental casi como un acto de traición a la patria. Por suerte esa limitación ya quedó atrás, tenemos un nuevo gobierno, y por lo tanto sería posible comenzar a manejar la temática ambiental de mejor manera.

Un mini balance

Al iniciarse la gestión Vázquez, el nuevo equipo progresista encargado del Ministerio del Ambiente, integrado por Mariano Arana (ministro) y Alicia Torres (directora nacional de medio ambiente), presentó una agenda verde de una ambición pocas veces vista. En un encuentro público realizado en 2005, al poco tiempo de asumir, el equipo gubernamental listó por los menos 25 objetivos para su gestión.

Un repaso de los resultados a lo largo de estos cinco años muestra muchos claroscuros. Algunos propósitos se cumplieron. Por ejemplo, se anunció una reforma en el proceso de evaluación de los impactos ambientales, lo que se intentó, se dio marcha atrás y luego se avanzó con nueva regulación.

También se cumplió la promesa de una ley de ordenamiento territorial, y dejo de lado si el texto aprobado es un buen instrumento ambiental o no. Pero a pesar de esa norma, se ha avanzado poco en una planificación territorial que incluya de manera sustantiva los aspectos ambientales. Existe una ocupación del espacio que es de hecho, como resultado de las interacciones entre emprendimientos privados, decisiones municipales y la intervención de los ministerios de industria, ganadería y especialmente economía, pero muy pocas veces aparece la cartera del ambiente.

En cuanto al control de la calidad ambiental, todas las energías se centraron en el moni-toreo de la empresa de celulosa. Esa “botnización” de la gestión ambiental tiene unos aspectos positivos, en tanto se montó un laboratorio, se accedieron a nuevas técnicas, mucha gente se capacitó, y el país se asomó a procedimientos de evaluación de última generación. Pero la contratara es que el mismo celo no se ha puesto sobre lo que sucede en los demás rincones de Uruguay. El monitoreo ambiental en otros sitios sigue atrasado, está debilitado, o incluso el MVOTMA llega a decir que no está al tanto de obras que pueden cubrir varias hectáreas.

La gestión ambiental de los residuos es uno de los más grandes déficits dejados por la anterior administración, y donde los municipios (particularmente el de Montevideo), tienen mucha responsabilidad.

La instalación de un sistema de áreas protegidas es regularmente presentada como uno de los éxitos ambientales. Es necesario abordar esa evaluación con cautela y rigurosidad. Si bien es positivo ordenar los diferentes sitios protegidos en el país, de todos modos persisten enormes atrasos en la instalación de verdaderos parques nacionales destinados a la conservación de la biodiversidad. El país sigue más o menos con la misma superficie protegida (no supera el 1% del territorio nacional, y es una de las más bajas de América Latina), y si bien hay adelantos, muchos de ellos son administrativos. Mucho dinero se ha invertido en publicidad, pero las mulitas y los carpinchos nada saben de esos posters y videos, y aguardan medidas concretas que aseguren su supervivencia.

De aquellos 25 objetivos, seguramente se cumplieron cinco de ellos, y otros seis casos son discutibles, de donde aproximadamente la mitad siguen pendientes. Algunos de ellos enfrentan repetidos problemas. Por ejemplo, no puede decirse que no existieran canales de participación ciudadana en materia ambiental, ni que esos espacios fueran ríspidos o tensionados. Por el contrario, no se discutía porque por momentos, las comisiones mixtas o los encuentros con la sociedad civil terminaban en una marcha cansina, donde no se abordaban los problemas candentes, sino que se sucedían los rodeos. Algunos casos eran más preocupantes, como la de invitar a la sociedad civil a discutir la posición nacional sobre cambio climático un viernes, para lograr acuerdos que el gobierno presentaría en una reunión internacional, del otro lado del planeta, al lunes siguiente.

La gestión ambiental enfrenta en Uruguay muchas restricciones de ese tipo, donde confluyen miedos académicos, resistencias políticas, y todos los claroscuros del aparato estatal. Todo esto no debería seguir permitiendo que se aproveche el 5 de junio para con-vencernos que el país es “natural” olvidando los serios problemas que padecemos, desde la contaminación de agroquímicos a la escala de residuos urbanos.

El desafío política ecológico

Entre los principales problemas para lidiar con la temática ambiental nacional se destaca, sin duda, el anquilosamiento del debate político. Mirando hacia el pasado, el surgimiento de los cuestionamientos ambientales siempre encontró un diálogo recíproco con una parte de la izquierda, en su crítica al economicismo, la opulencia, la desigualdad, y otros males del desarrollo contemporáneo.

Desde el punto de vista de la izquierda, entendida como concepto plural, es posible en-contrar algunos exponentes que se aliaron con los ambientalistas, mientras otros los miraron de reojo, y en particular en América Latina. Estos últimos entendían que el progreso económico era indispensable para salir de a pobreza, aunque tenía que ser comandado por el Estado, y por lo tanto el discurso ambiental se convertía en un obstáculo.

Otras corrientes, en cambio, sostenían que el ambientalismo era una nueva izquierda, o dicho de otra manera, era una izquierda aún más a la izquierda, al reclamar una profunda revisión de los estilos de desarrollo, tanto aquellos emanados de las economías de mercado como los del socialismo real.

Los intentos de revincular esas tendencias, como los ensayados por la Tercera Vía, no han fructificado. A su vez, el eco-socialismo contemporáneo si bien cuestiona que la Na-turaleza sea abordada únicamente como materia prima para generar valores de cambio, regresa al valor de uso. Desde allí persiste en una postura materialista, y cree en la posibilidad de una futura abundancia.

Los nuevos verdes de izquierda, por el contrario, consideran que todas las advertencias científicas sobre los límites ecológicos al crecimiento perpetuo son reales, y por lo tanto no nos espera un futuro de abundancia sino de escasez. Asimismo, su abordaje de la valoración es más complejo, reconociendo además de los valores de uso y cambio en los recursos naturales, la existencia de valores propios en la Naturaleza.

Si bien estas ideas se debaten intensamente en otros países, no logran colarse en nues-tras discusiones nacionales ambientales. La actual dirigencia de la izquierda parece inmu-ne a estas posturas, sean unas o las otras. El resultado es que, en los hechos, se deriva a una práctica del desarrollo que es convencional, propia de los modelos defendidos a mediados del siglo XX. Dicho en otras palabras, nuestro futuro regresó a un pasado tiempo pre-ecológico.

Publicado el 3 de junio 2010, semanario Voces (Montevideo), No 256, pp 6-7.

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