CUANDO LA IZQUIERDA Y EL PROGRESISMO SE SEPARAN

CUANDO LA IZQUIERDA Y EL PROGRESISMO SE SEPARAN
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El progresismo, nacido desde la perspectiva de izquierda, a medida que se consolida con una identidad propia, parece estar tomando otra dirección. Esta idea, que izquierda y progresismo ya no son lo mismo, y una «gran divergencia» está en marcha, es lo que se explora en el texto que les comparto. Un bosquejo de las ideas iniciales se publicó en diciembre de 2013 por ALAI (Ecuador), y una versión con mayores precisiones apareció en Página Siete (Bolivia) y Brecha (Uruguay); a su vez, esos textos han sido reproducidos en muchos otros medios.

Todos sabemos que los gobiernos de la nueva izquierda han dominado el escenario político latinoamericano reciente. En un viraje sustancial, suplantaron a presidentes conservadores y neoliberales, y actualmente están presentes en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela.

También sabemos que este es un conjunto variado, con diferencias notables, por ejemplo entre los gobiernos de Evo Morales y el de Lula da Silva en Brasil, o en los modos de hacer política de Rafael Correa en Ecuador y José “Pepe” Mujica en Uruguay. Mas allá de esas diferencias, tienen muchos elementos compartidos que permiten reconocerlos como parte de un mismo conjunto, y distintos a las administraciones conservadoras o neoliberales.

A mi modo de ver esto se debe a que estos gobiernos, y sus bases de apoyo, están convergiendo bajo una identidad política específica: el “progresismo”. Esta es una denominación adecuada, usada en varios países, y que deja muy en claro que, más allá de sus diferencias, comparten la fe en el progreso. Se siguen las ideas contemporáneas del desarrollo, y por ello se implantan modos específicos en organizar la economía, las relaciones sociales y la apropiación de los recursos naturales.

Frente a estos gobiernos hay un creciente debate. No me refiero a las clásicas críticas de la derecha, como acusarlos de antidemocráticos, ni a las de una izquierda muy dogmática que lo denuncia como conservadores radicales. Esos son cuestionamientos poco rigurosos.

En cambio, no pueden obviarse los señalamientos de un número significativo de simpatizantes, militantes e incluso conocidos líderes de izquierda, que están lejos de ser dogmáticos, pero que de todos modos se sienten desilusionados, alejados o incluso enfrentados con este progresismo. Sus posturas tienen una enorme importancia y deben ser escuchadas.

Impulso hacia la izquierda

Esos y otros aportes permiten señalar que estamos en una situación donde el progresismo actual comienza a apuntar en sentidos que son significativamente distintos a los trazados por la izquierda que le dio origen.

Como “izquierda” es también una categoría plural, estas comparaciones deben hacerse con precaución. La izquierda que lanzó al progresismo se nutrió de muy variadas tendencias, de aprender de sus errores y saber renovarse. Muchos de sus avances, al menos desde la década de 1990, en buena medida fueron posibles porque se convergió hacia lo que podría llamarse una “izquierda abierta” (parafraseando al “marxismo abierto” de Ernest Mandel), que intentaba no ser dogmática, era tolerante y aceptaba aportes diversos.

Esto le permitió destronar al neoliberalismo, establecer relaciones estrechas y mutuas con movimientos y organizaciones populares (especialmente indígenas y campesinos), retomar roles protagónicos para el Estado, y atacar la pobreza con energía. Fue una sinergia exitosa que fructificó en conquistar gobiernos, lanzar procesos de cambio, y superar durísimas oposiciones internas (como en Argentina, Bolivia o Venezuela).

Con el paso del tiempo, ese progresismo emergió no sólo como una identidad política propia, sino que está apuntando en una dirección distinta. Estaríamos, posiblemente, frente a una “gran” divergencia entre izquierda y progresismo.

La divergencia

¿Cuáles son los temas en los cuales izquierda y progresismo están difiriendo? ¿Dónde ubicar esta divergencia? Para poder responder esas interrogantes, un primer reconocimiento permite identificar al menos diez cuestiones donde las propuestas progresistas actuales son diferentes a las de la izquierda que lo cobijó.

1. Desarrollo.

Más allá de sus pluralidades, la izquierda latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970 criticaba en profundidad el desarrollo convencional. Cuestionaba tanto sus bases conceptuales, incluso con un talante anti-capitalista, como sus prácticas concretas, rechazando, por ejemplo, la persistencia en proveer materias primas.

El progresismo actual ha abandonado en buena medida este debate, y acepta las bases conceptuales del desarrollo. Festeja el crecimiento económico y reproduce economías basadas en materias primas. Es cierto que en algunos casos se denuncia al capitalismo, e incluso hay intentos de alternativos (por ejemplo, con empresas nacionalizadas), pero prevalece la inserción en éste. Las discusiones están en cómo instrumentalizar el desarrollo (por ejemplo, si con más o menos Estado), pero no se disputa la esencia del mito del progreso. En cambio, sí mantuvo de la izquierda de los 60 y 70, una actitud refractaria a las cuestiones ambientales.

2. Democracia.

Durante las décadas de 1970 y 1980, las izquierdas latinoamericanas hicieron suyo el mandato de la democracia. La idea de llegar al poder por las armas fue desechada; así lo entendieron desde “Pepe” Mujica a Hugo Chávez. No sólo esto, sino que se buscó ir más allá de las simples elecciones nacionales, hacia la llamada radicalización o profundización de la democracia. Se crearon los presupuestos participativos, se promovieron referéndums y se buscó diversificar la participación ciudadana.

El progresismo, en cambio, está abandonando ese entusiasmo, y se contenta con el instrumento electoral clásico, las elecciones. Algo similar se repite dentro de los movimientos y partidos políticos, donde se han debilitado sus procedimientos de consulta, y los candidatos son elegidos directamente por los presidentes. En la toma de decisiones reaparecieron las negociaciones confidenciales con el mundo empresarial, mientras que se evitan las reuniones con los grupos de base. Se ha llegado a casos llamativos, como en Uruguay, donde la izquierda en el pasado repetidamente usó plebiscitos y referéndums, pero hoy, el gobierno Mujica no sólo los rechazam sino que combate las iniciativas ciudadanas en ese sentido para frencar la megaminería.

Es más, profundizando la democracia delegativa alrededor del presidente, llega a extremos hiperpresidencialistas.

3. Derechos humanos.

Desde los años 70, esa misma izquierda latinoamericana incorporó la defensa de los derechos humanos, especialmente en la lucha contra las dictaduras en el Cono Sur. Fue un aprendizaje notable, donde el viejo ideal de igualdad se articuló con la salvaguarda de los derechos. Se apoyó su profundización y ampliación (en especial con los de tercera generación).

Hoy, las actitudes han cambiado, ya que cuando se denuncian incumplimientos en derechos, hay reacciones progresistas defensivas. En lugar de atender esos problemas, se cuestiona a veces a los denunciantes o se critica la institucionalidad jurídica. Incluso ponen en duda la validez de algunos derechos, como ha hecho Rafael Correa diciendo que los derechos de la Naturaleza son “supuestos”.

4. Constituciones y leyes.

La izquierda abierta insistía en recuperar el papel de las constituciones como el marco básico compartido. Es más, bajo el progresismo inicial en Bolivia, Ecuador y Venezuela, se aprobaron nuevas constituciones (con innovaciones sobre los derechos), y nuevos ordenamientos normativos. A su vez, en todos los casos se proponía reforzar la independencia, imparcialidad y capacidades del Poder Judicial.

Pero ahora el progresismo da señales contradictorias. Se incomoda con obligaciones que le imponen sus propias constituciones, e incluso opera sobre ellas para aligerar controles políticos, sociales o ambientales. Se toleran desprolijidades en cumplir exigencias legales, manipular leyes o presionar al Poder Judicial. Es más, en algunos momentos parecería que erosionan su propio nuevo constitucionalismo.

5. Corrupción.

La izquierda de fines del siglo XX era una de las más duras luchadoras contra la corrupción. Ese era una de los flancos más débiles de los gobiernos neoliberales, y en aquellos años la izquierda atacó una y otra vez en ese terreno, desnudando negociados, favoritismos empresariales, etc.

El progresismo inicial siguió en ese camino, pero aquel ímpetu parece menguar. Hay varios ejemplos donde no ha manejado adecuadamente los casos de corrupción de políticos claves dentro de sus gobiernos, y en muchos casos la asignación de fondos públicos termina repitiendo viejos vicios. Los casos ocurridos en Brasil, que involucraron a muchos líderes del PT, son un ejemplo de las resistencias que se elevan desde el poder. Asoma una actitud de cierta resignación y tolerancia.

6. Movimientos sociales.

La izquierda latinoamericana durante décadas cultivó un relacionamiento estrecho con grupos subordinados y marginados, y a su vez, éstos influyeron directamente en su configuración. El progresismo inicial resulta de esa simbiosis, ya que gracias a indígenas, campesinos, movimientos populares urbanos y muchos otros actores, alcanzaron los gobiernos. Desde esos sectores populares surgieron votos, pero también ideas y prioridades, y unos cuantos dirigentes y profesionales, muchos de los cuales están ahora en los despachos estatales.

Pero en los últimos años, el progresismo parece alejarse de varios de estos movimientos populares, no comprende sus demandas, y prevalecen actitudes defensivas en unos casos, a intentos de división u hostigamiento en otros. Cuestiona tanto a ciudadanos organizados, como a movilizaciones poco estructuradas pero potentes. Por ejemplo, varios exponentes partidarios e intelectuales del progresismo brasileño, calificaron que las manifestaciones de los jóvenes en las calles era una expresión de derecha, una confabulación de la oposición, etc.; no intentaron entender qué estaba pasando, sino que simplemente se defendieron descalificando a los jóvenes en las calles.

Se gasta mucha energía en calificar, desde el palacio de gobierno, quién es revolucionario y quién no lo es, y perdió los nexos con organizaciones indígenas, ambientalistas, feministas, de derechos humanos, etc. Me pregunto, ¿qué hay de izquierda en burlarse de un dirigente indígena? La desazón se expande ya que muchos líderes sociales eran atacados en el pasado desde los gobiernos neoliberales, y ahora vuelven a serlo, pero desde el progresismo.

7. Justicia social.

La izquierda clásica concebía a la justicia social bajo un amplio abanico temático, desde la educación a la alimentación, desde la vivienda a los derechos laborales, y así sucesivamente.

El progresismo en cambio, apunta sobre todo a una justicia como redistribución económica, y en especial por medio de la compensación monetaria a los sectores más pobres y el acceso del consumo masivo al resto. No niego ni la importancia de esas ayudas para sacar de la pobreza a millones de familias, ni la relevancia que los sectores populares accedan a servicios y bienes necesario. Pero la justicia es mucho más que bonos, la calidad de vida es más que comprar televisores, y no se la puede reducir a un economicismo de la compensación económica.

8. Integración y globalización.

La izquierda logró relanzar la integración regional y continental, y combatió esquemas de liberalización comercial como el ALCA, los TLCS e IIRSA. Lanzó algunas iniciativas muy interesantes, como el Tratado de Comercio de los Pueblos y ciertos convenios bajo el ALBA, el SUCRE y el Banco del Sur.

Esos esfuerzos se estancaron bajo el progresismo. Lo que se mantiene es la retórica latinoamericanista, pero no puede obviarse que no se logran políticas comunes en sectores claves como energía, agroalimentos e industria. Hay avances en algunos planos (como la integración cultural), pero los Estados siguen compitiendo comercialmente, y no pocas veces apelan a trampas para-arancelarias entre vecinos. Instrumentos antes criticados, como IIRSA, ahora reaparecen dentro de UNASUR (bajo la llamada COSIPLAN). También, han aceptado la gobernanza global de liberalizar el comercio, expresada en la OMC, batllando por concluir un acuerdo comercial global (donde las negociaciones estuvieron conducidas por un brasileño).

9. Independencia y crítica.

La izquierda mantenía una estrecha relación con los intelectuales, los que a su vez nutrían sus debates y ensayos. Más allá de discusiones puntuales, en aquellos tiempos se respetaba la rigurosidad e independencia, y se aceptaba la crítica. Incluso se buscaban ángulos originales, se hurgaba en lo que estaba oculto, y se navegaba en una pluralidad de voces.

El progresismo da señales que cada vez le gusta menos la crítica independiente, y prefiere escuchar a los intelectuales amigos. Y cuando los intelectuales amigos escasean dentro del propio país, los trae del norte, aprovechando lo poco que saben de las realidades nacionales. Se desconfía de análisis exhaustivos, y se prefieren las felicitaciones. Denuncia a libres pensantes y reclama seguidores fieles. Muchas advertencias son desoídas, para ser rápidamente tipificadas como disenso o traición. En fin, parecería que antes que tener voces plurales e independientes, se busca el apoyo publicitario.

10. Discursos y prácticas.

Finalmente, en un plano que podríamos calificar como cultural, el progresismo elabora diferentes discursos de justificación política, a veces con una retórica de ruptura radical que resulta atractiva, pero sus prácticas son bastante tradicionales en muchos aspectos. Por ejemplo, los discursos por la Pacha Mama se distancian de la gestión ambiental, se cita a Marx y Lenin pero los acuerdos productivos son con corporaciones transnacionales, se proclama al Vivir Bien pero se lo desmonta en la cotidianidad, se llama a la industrialización pero las medidas son la apertura extractivista, se dice que responden a los movimientos sociales pero se clausuran organizaciones ciudadanas, se felicita a los indígenas pero se invaden sus tierras, y así sucesivamente.

Al progresismo se le hace cada vez más difícil responder a las contradicciones entre el discurso y las prácticas. Sus estrategias extractivistas ejemplifican este problema, ya que están repletas de impactos sociales o ambientales, o de violaciones en derechos humanos. Como es muy difícil defender esas medidas con argumentos serios, hay algunos que caen en respuestas simplistas, muchos slogans, o incluso en burlas o desprecios. Se podrán encontrar casos, por ejemplo, donde las denuncias de indígenas frente a mineras o petroleras, no reciben respuestas que dejen en claro cuáles son las medidas ambientales que se tomarán, y en cambio se acusa a los contaminados de ser antirevolucionarios. Un día se dice que se usará la mejor tecnología del mundo, poniéndose como ejemplo a los países industrializados, pero al otro día se batalla por imponer un imaginario donde si los reclamos provienen de una ONG hay que sospechar, y si esa ONG en algún momento recibió financiamiento desde Estados Unidos o Europa, sería que tiene malas intenciones.

El embate contra las organizaciones internacionales cancela la posibilidad de solidaridad entre movimientos sociales de distintos países. Pero también es un quiebre con la historia reciente de la izquierda, donde tuvo enorme importancia el apoyo solidario de ONGs y sindicatos de EE.UU. a muchas campañas nacionales y continentales (posiblemente la más importante fue la lucha contra el ALCA).

Prevalece, entonces un discurso, donde hay unos cuantos muy entretenidos en demostrar quién es más “revolucionario”, pero tienen enormes limitaciones para analizar las propias prácticas.

Las razones de dos caminos

¿Bajo qué circunstancias comenzaron a separarse el progresismo de la izquierda? A mi modo de ver esto tienen que ver con varios factores, y entre ellos deseo señalar al menos cuatro.

Uno. La necesidad de asegurar la marcha del Estado y la estabilidad económica, obligó a que el progresismo gobernante se adaptara al capitalismo y la globalización, y ello le significó quedar atrapado dentro del desarrollo convencional.

Dos. En la gestión cotidiana no logró diseñar un número suficiente de instrumentos de política pública alternativos, por lo que debió seguir usando muchas de las herramientas convencionales. Ese uso no es neutro, y por esa vía se implantaron políticas públicas que también son convencionales.

Tres. Ante las elecciones, muchos progresistas se obsesionan con ganarlas a toda costa, y eso los lleva a hacer y decir cosas extremas, aceptar alianzas con grupos conservadores y hostigar toda voz crítica.

Cuatro. Las épocas neoliberales dejaron de todos modos una impronta en la sociedad, donde hay sectores importantes que apoyan al progresismo en tanto les asegure la continuidad del desarrollo clásico.

Distintos senderos

El progresismo nació como una expresión reciente en el seno de la izquierda latinoamericana. Maduró como una particular mezcla e hibridización de distintas condiciones culturales y políticas, pero quedó enmarcado en las ideas occidentales del desarrollo. No es una postura conservadora ni neoliberal, y hasta podría entenderse que sus defensores lo presenten como una expresión de izquierda, y como ha sido exitoso en varios frentes, cuenta con muchos apoyos. Pero como acabamos de ver, ya no puede negarse que está en marcha una divergencia entre izquierda y progresismo.

La identificación de la divergencia entre izquierda y progresismo también resulta difícil cuando se utilizan marcos analíticos propios del siglo XIX o del XX, ensimismado con un capitalismo centrado en Estados Unidos y un mundo organizado bajo su imperialismo. En cambio, ahora, en el siglo XXI, estamos frente a capitalismos más diversificados, incluyendo la versión china, donde América Latina navega un mundo más diversificado, donde persisten viejas relaciones asimétricas a nivel global, pero se le han sumado otras como ocurre con China (el gran consumidor de materias primas laitnoamericanas, proveedor financiero y comerciante en manufacturas baratas), y nuevas configuraciones de poder dentro del continente.

Esta gran divergencia está ocurriendo frente a nosotros. Allí donde los estilos de desarrollo progresistas generan contradicciones o impactos negativos, no aceptan cambiarlos y, en cambio, reafirman el mito del progreso perpetuo. Sus posturas redelimitan la política, sea por sus ajustes democráticos como por su insistencia en diseminar la creencia de que casi todo es compensable económicamente.

Tal vez el progresismo rectifique su rumbo en algunos países, retomando algunos de los valores de la izquierda clásica para buscar otras síntesis de alternativas que incorporen de mejor manera temas como el Buen Vivir o la justicia en sentido amplio. Sean esos u otros temas, en todos los casos deberá desligarse del mito del progreso. Dicho de otro modo, es dejar de ser progresismo para volver a construir desde la izquierda. En otros casos tal vez decida reafirmarse como tal, profundizando todavía más sus convicciones en el desarrollo, cayendo en regímenes hiperpersidenciales, extractivistas, y cada vez más alejados de los movimientos sociales. Este es un camino que lo alejará definitivamente de la izquierda.
El presente texto está basado en el artículo publicado en el suplemento Ideas, de Página Siete (Bolivia), el 9 de febrero de 2014 (aquí…), y en el semanario Brecha (Uruguay), el 14 de marzo. Una primera versión de estas ideas se publicaron en ALAI (Quito), 24 diciembre 2013 (aquí…). Otras versiones resumidas aparecieron en La Jornada (México), 6 enero 2014 y Perfil (Argentina) 8 marzo 2014 (aquí…). A su vez, estas versiones fueron replicadas en muchos otros sitios.

Rosa María Torres, desde su conocido blog Otra Educación, tuvo la amabilidad de resumir el texto en una sencilla tabla comparativa; lo pueden ver aquí…

La imagen corresponde al dibujo de Abecor en Página Siete.

 

3 Respuestas a CUANDO LA IZQUIERDA Y EL PROGRESISMO SE SEPARAN

  1. Danilo Ratto 16/05/2014 a 14:25

    Eduardo: Conocía algunos artículos tuyos aislados pero recién descubrí tu blog hace un par de días y hoy pude comenzar a leer algo. Este artículo en particular expresa de manera magistral lo que yo vengo afirmando, sin tanta prolijidad de análisis, hace un tiempo. Mis viejos compañeros de militancia se molestan cuando digo que en Uruguay ya no hay izquierda, que se ha asumido el paradigma capistalista del «desarrollo» y se ha aceptado alegremente el modelo productivo impuesto por las transnacionales del agronegocio y el extractivismo, con todos los costos ambientales (y también sociales, basta ver cómo se sigue despoblando el campo) que implica. Un placer leerte y una alegría voces coincidentes. Felicitaciones.

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  2. leticia Maldonado 23/05/2014 a 12:01

    Eduardo: Conocía algunos artículos tuyos aislados pero recién descubrí tu blog hace un par de días y hoy pude comenzar a leer algo. Este artículo en particular expresa de manera magistral lo que yo vengo afirmando, sin tanta prolijidad de análisis, hace un tiempo. Mis viejos compañeros de militancia se molestan cuando digo que en Uruguay ya no hay izquierda, que se ha asumido el paradigma capistalista del “desarrollo” y se ha aceptado alegremente el modelo productivo impuesto por las transnacionales del agronegocio y el extractivismo, con todos los costos ambientales (y también sociales, basta ver cómo se sigue despoblando el campo) que implica. Un placer leerte y una alegría voces coincidentes. Felicitaciones.

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  3. carlos ricaurte yepez 08/11/2014 a 19:09

    Muy buen articulo, hay que seguir debatiendo sobre la materia, el desarrollo es un proceso que esta en construcción, su propia definición no es acabada, sin embargo hay que reconocer que se han logrado avances significativos en muchas áreas. Los gobiernos progresistas utilizan las herramientas de la economía capitalista, tal vez por que no hay otras. Cual es el modelo económico de Cuba por ejemplo? Solo la unidad del pueblo y la claridad de ideas permitirán profundizar los cambios

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