CONFIADOS TRAICIONADOS Y OTROS SIMPLISMOS QUE DAÑAN LA POLÍTICA

CONFIADOS TRAICIONADOS Y OTROS SIMPLISMOS QUE DAÑAN LA POLÍTICA
Disminuir tamaño de fuente Aumentar tamaño de fuente Texto Imprimir esta página

La detención del custodio del presidente de Uruguay como presunto participante en una red delictiva internacional es un escándalo, y lo es por muchas razones, algunas de las cuales se vienen comentando en la prensa. Pero hay otras que no reciben la misma atención, aunque son posiblemente aún más graves.

En primer lugar esto es mucho más que un drama personal de Luis Lacalle Pou, ya que en sentido estricto está en juego la institucionalidad de la presidencia. No sólo se ha traicionado a un individuo sino también a la presidencia, y con ello al Poder Ejecutivo. Teniendo esto presente, es oportuno recordar que en las definiciones originales del concepto de traición existe una larga historia que diferenciaba la “alta traición”, calificándola como aquella cometida contra la soberanía del país o la persona del soberano, que el caso actual reside en la presidencia, afectando su honor o su seguridad.

Las consecuencias del hecho impactan dentro del país pero a la vez tienen serias consecuencias internacionales ya que ahora sabemos que hay cientos, tal vez miles, de pasaportes espurios. Nadie puede sorprenderse si la Unión Europea, Estados Unidos u otros gobiernos estén pidiendo aclaraciones sobre rusos que viajan con documentos uruguayos. La reputación del país ha sufrido un serio golpe, y habrá que ver si el canciller o algún otro representante no debería explicar, por ejemplo, en Bruselas o Washington, lo que acaba de ocurrir. Es por estas razones que la persona, Lacalle Pou, no es la primera víctima en esto, sino que lo es la presidencia, y desde allí el país, todos nosotros como uruguayos.

En segundo lugar, la insistencia del gobierno y de buena parte de la prensa en que se traicionó una confianza genera más problemas de los que resuelve. Es que se está diciendo que se incumplió con una “confianza”, y por lo tanto, que ésta es esencial para ese tipo de puestos. Ese es un razonamiento que no puede compartirse. La confianza no puede ser el atributo único ni esencial en asignar personas en puestos claves dentro de la presidencia y el ejecutivo; no puede estar por encima de las capacitaciones, experiencias y antecedentes personales. Pero todos conocemos que ese ha sido el modo de otorgar puestos en el Estado, repitiéndose con ministros, directores en entes y en otros sitios, donde se asigna por amistad, confianza o lealtad, y no por capacidades.

Las justificaciones de Lacalle Pou, como reconocer que el ex guardaespaldas había “dado una mano” en la campaña, se asemeja a otras que muchas veces repiten los actores políticos (“es amigo de la infancia”, “me lo recomendó mi mejor amigo”, etc.). Ese es un modo de gestionar el Estado que es muy negativo, que no puede descartarse que influya en la pobre gestión pública estatal, y que ahora vemos que llega a tal extremo que desemboca en este escándalo.

En tercer lugar, el presidente ahonda en explicar su marco de referencias sosteniendo que habría gente “buena”, y como consecuencia otros serían “malos”. Más allá del simplismo en esa explicación, que más de uno podría interpretar propia de adolescented que recién se asuman al mundo, se nos dice que desde la presidencia se divide a las personas entre unas bondadosas y otras malvadas, y que la clave estaría en confiar en los que en la Torre Ejecutiva reconocen como buenos.

Ciertamente se puede retrucar que el presidente no piensa ni actúa de esa manera, y que esas floridas explicaciones buscaban esquivar preguntas incómodas. Aunque fuese cierto, el problema de fondo se mantiene, ya que seguimos atrapados bajo una presidencia que se justifica desde sentimentalismos simplistas.

En cuarto lugar, como este descalabro tiene implicancias tanto nacionales como internacionales, la reacción de la institución presidencial debía haber sido ser mucho más enérgica, más rápida y más clara. En forma inmediata se debía haber presentado un programa de revisión de antecedentes de los funcionarios presidenciales, pero eso ocurrió días después. Se debería haber anunciado una radical modificación en los criterios de contratación del personal para asegurar su profesionalidad en lugar de asumir su bondad, lo que aún no se ha hecho. El responsable de la repartición que contrató y debía haber evaluado a esas personas (el prosecretario de la presidencia), tendría que haber renunciado, pero eso ni siquiera se contempló. Tendría que haberse explicado con detalle los modos por los cuales se realizará una revisión exhaustiva de los pasaportes y cómo se invalidarán los que son espurios, y las acciones contra quienes los están utilizando en distintos rincones del mundo. Tampoco están claras las respuestas en ese frente.

Sin embargo, la reacción estatal efectiva es suplantada por metáforas sobre emociones, y el presidente llegó a decir que se puede equivocar pero que no miente. Ante este quinto aspecto, es obvio que repetir que no se miente no soluciona los problemas. De todos modos, al progresar la debacle, el presidente, arrinconado, casi como último recurso, pidió que confiaran en él. En ello hay una cierta paradoja porque el que dice basarse en la confianza para el ejercicio presidencial, quien confiesa haber sido traicionado, le reclama a la ciudadanía que siga apostando a la confianza. Otra vez hay que precisar que la confianza, por sí sola, no soluciona los problemas.

Finalmente, el golpe es tan severo que el gobierno de Lacalle Pou como necesitará concentrarse en el control de los daños tendrá más dificultades para retomar una agenda proactiva. Deberá verse si logrará avanzar en la reforma previsional o si en cambio se anticiparán los ánimos electorales. Es por ello que, en cierta medida, el gobierno Lacalle terminó a fines de setiembre de 2022 para dar paso a una larga transición hasta la próxima elección.

Para evitar quedar atrapado en el simplismo, es necesario entender que las políticas públicas y el funcionamiento del Estado no es un melodrama de sentimientos rotos de una persona, por más que en este caso sea el presidente. Esos simplismos dañan la política, la erosionan, la carcomen. Por el contrario, se necesita rigurosidad, efectividad y profesionalismo tanto en las personas como en las instituciones estatales, y esas son tareas tanto individuales como colectivas, los que las hace políticas pero en un sentido más maduro y más amplio.

 

Publicado originalmente en el semario Voces (Montevideo), el 6 octubre 2022. Se puede ver la versión original junto a otros artículos sobre este mismos tema, aquí…

.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *