EL MOMENTO MUJICA DE LACALLE POU
Es muy común asumir el papel político del actual presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, casi como un opuesto al del expresidente José “Pepe” Mujica. No son pocos los que lo describirían como joven, bien vestido, profesionalizado y liberal, mientras que el expresidente sería un veterano mal hablado, desalineado, improvisado pero astuto y mañoso. Colonia y fijador de pelo de un lado, chancletas y barba de tres días del otro. Esas representaciones son festejadas por unos y atacadas por otros, y no es mi propósito analizar aquí lo bueno o lo malo en cada una.
Tanto en la campaña electoral como en su gestión, Lacalle Pou y su equipo insistieron una y otra vez en diferenciarse del anterior gobierno y de sus líderes. El actual presidente enviaría mensajes claros, respetuoso de las libertades, mientras que los anteriores, por ejemplo “el Pepe”, como te dice una cosa te dice lo contrario un minuto después.
Sin embargo, esa supuesta diferencia podría estar desapareciendo a medida que Lacalle Pou pasa a lo que sería un “modo Mujica” en la gestión de la pandemia. Más allá de la vestimenta o de las maneras, a medida que el número de contagios por Covid19 se eleva, así como te dice una cosa también dice la contraria. Este viraje cristalizó cuando días atrás presentó la proporción de infectados y muertes como una “nueva normalidad” y declaraba su intención de “colarse” entre los grandes jefes de Estado para comprar la vacuna, como si fuera una negociación en el barrio. Tanto ese lenguaje y como ese razonamiento son típicos del manual del mujiquismo.
Veamos los indicadores: durante meses se dijo que se cumplirían con las indicaciones del grupo asesor científico, hasta que dejaron de hacerlo; repitieron la importancia de hacer muchos tests y tener un bajo porcentaje de contagiados, pero acaban de dar marcha atrás aduciendo que ya no es tan importante; dicen tener muy bien registrados los contactos, pero después admiten que en un 38% de los casos ya no es posible; proclaman tener un plan, pero finalmente es apenas una elaboración de posibles escenarios de acción; afirman tener objetivos precisos para el número de personas a vacunar aunque a los días siguientes lo modifican en centenas de miles de personas; el mecanismo Covax habría muerto pero después resucitó; y así sucesivamente.
Cuando el efectismo reemplaza al contenido, y la evaluación de las acciones queda envuelta en contradicciones e inconsistencias que son floridamente justificadas, estamos en un “momento Mujica”. A veces todo el intercambio de declaraciones puede ser entretenido, pero sus consecuencias son acciones que no se aplican, o si lo son, son ejecutadas de modo inadecuado, ineficiente o tienen resultados distintos a los buscados. Pero siempre hay una excusa, una explicación, para la inacción, la ineficiencia o el error. Entre los ejemplos más conocidos de ese modo Mujica están los proyectos de megaminería por Aratirí o la gigantesca regasificadora.
Hoy en día, como el gobierno Lacalle se niega, por ejemplo, a aumentar la asistencia económica a los más afectados por la pandemia, o a multiplicar el financiamiento de la salud pública, solo puede echar mano a medidas como aumentar o reducir en un par de horas la atención en bares, o aceptar más o menos gente en los ómnibuses. El tablero de Lacalle Pou tiene muy pocas perillas, y eso hace que poco a poco se agotara su capacidad de gestionar la crisis.
Bajo esas condiciones pasó a refugiarse todavía más en las metáforas, símbolos, imágenes, muchas veces utilizando un vocabulario rural que sonaba más natural cuando era dicho por Mujica, pero resulta más actuado en labios de Lacalle. Mujica podía decir todo lo que decía en chancletas, pero Lacalle, es un surfista en traje de neopreno que está más lejos del paisano en alpargatas. Además, si las contradicciones se amontonan, siempre puede haber una Graciela Bianchi o un Gustavo Penadés que metralla con una polémica oblicua. Pero detrás del humo en twitter o facebook, el virus sigue su marcha.
Hasta hace pocas semanas la mirada estaba en el porcentaje de tests positivos, para ahora pasó a enfocarse en el número de personas en el CTI o fallecidas. Eso fue legitimado en la conferencia de prensa del 6 de enero, cuando el presidente dijo que estamos ante “parámetros normales” por las internaciones o las muertes. Las escalas y sus referencias se modificaron sustancialmente para instalar la retórica de una “nueva normalidad” donde ahora es aceptable, por ejemplo, tener un cierto porcentaje de muertes.
Sabido es que la solución está en la vacuna, pero como esa línea de acción ha estado envuelta en la improvisación del Poder Ejecutivo, el presidente terminó reconociendo que buscará “colarse entre los grandes” para obtenerla. Admitiendo estar unas ligas por debajo de jefes de estado de países como los europeos, lo que es compresible, esa imagen parece evocar al almacenero del barrio que le pide un favorcito a la gran empresa que le provee las mercaderías para sus estantes. Nadie se hubiera sorprendido si agregaba que esperaba chamuyar al vendedor de la empresa para obtener un rebajita o una ventajita. Una imagen como la de “colarse entre los grandes” era perfectamente esperable en un modo Mujica.
La meta de colarse y la justificación de la nueva normalidad permitieron abandonar cómodamente los discursos anteriores, aquellos de estar entre los mejores del mundo por la bajísima propagación de la epidemia. Se lo suplantó por las comparaciones con países que están en peores condiciones. El número de casos pasa a segundo plano, y el criterio protagónico está en la comparación; la tarea es identificar a algún vecino que esté peor. Y siempre habrá naciones cercanas con peores registros o con una cuarentena más larga.
Como puede verse ocurrieron muchos cambios en los últimos días. Se podría asumir que el manejo y la comunicación presidencial entre abril y noviembre resultó muy satisfactorio dado el apoyo de la opinión pública, pero que desde diciembre el presidente, su equipo y la coalición de gobierno, estarían dilapidando aquellos logros. Algo de eso puede suceder, pero también hay que advertir que lo novedoso de la puesta en escena lacallista es haber colocado al ciudadano en un sitio central.
En los momentos de éxito, los triunfos eran enmarcados en imágenes de una ciudadanía excepcional que acataba las medidas sanitarias. El gobierno era exitoso porque el ciudadano era cumplidor y aplicado, se repetía en las frecuentes conferencias de prensa presidenciales y ministeriales. Pero hoy en día, el deterioro de los indicadores también es achacado a los ciudadanos, ahora por no cumplir las medidas sanitarias, desde compartir el mate a escaparse a fiestas clandestinas. Como la culpa siempre la tendría otro, sea la oposición, los sindicatos o ciudadanos rebeldes, el gobierno esperaría que así podría blindarse. Ese es un esfuerzo que tiene un costo paradojal, ya que Lacalle Pou termina por momentos pareciéndose a quien más deseaba diferenciarse. Son los momentos Mujica de Lacalle Pou. Para muchos de nosotros, espectadores de esas performances, es como si algunas historias volvieran a repetirse.
Artículo publicado inicialmente en Acción y Reaccion, el 12 de enero 2021. Se permite la reproducción siempre que se cite la fuente. El autor es analista en CLAES, y las opiniones en este artículo son personales y no comprometen a ninguna institución.