¿HAY DOS AMBIENTALISMOS? ¿UNO MISTICO Y OTRO SERIO ?
En Uruguay prosigue intensamente el debate sobre el lanzamiento de la minería a cielo abierto. En una semana el presidente José Mujica primero sostuvo que habría que llamar a una consulta ciudadana sobre la minería, al dia siguiente (martes) dio marcha atrás y pasó a decir que la consulta debería ser sobre el uso de las regalías mineras; luego dijo que el gobierno estaba evaluando el asunto y que no había decisiones tomadas, esperando a los estudios ambientales, hasta que finalmente, el jueves, en la fiesta de la embajada de Estados Unidos, dijo que era «fervoroso» partidario de la minería. A ritmo de vértigo, la semana termina con indicaciones que el gobierno estudiaría hacerse socio de los emprendimientos mineros. Estamos frente a una izquierda criolla que se reconvierte a la minería.
En esta contexto una y otra vez regresa la temática ambiental. Es un regreso bienvenido después de varios años de quietismo. Pero en los debates uruguayos, más de una vez se alude a la existencia de dos ambientalismos, uno anclado en un misticismo que reclama una Naturaleza intocada, y otro que buscaría alimentar el progreso por medio de cambios en el consumo y un uso juicioso de la Naturaleza. El primero sería un ambientalismo indianista, místico, propio de la «quena y la Pachamama»; el otro, un ambientalismo serio, técnico, moderno. Este post ofrece un artículo que acabo de publicar comentando esta cuestión (que apareció bajo el título Ambiente, progreso y contradicciones de izquierda).
El artículo, publicado en el semanario Voces, comienza por recordar dos recientes afirmaciones en ese sentido. La primera es una una entrevista a E. Fernández Huidobro, ex senador e integrante de la coalición de gobierno de izquierda en Uruguay. La segunda es del analista político Hoenir Sarthou, quien aplica esa etiqueta de una “ecología devota de la quena y la Pachamama”, la que “complicaría” las cosas por su toque místico propio de indígenas, frente a otra que parecería enfocada en analizar cuestiones como la propiedad de los recursos, el consumismo o el papel de la tecnología.
A mi modo de ver esas distinciones no son muy útiles para abordar las posibles articulaciones entre ambiente y desarrollo desde una perspectiva de izquierda. Es más, considero que insistir en desdeñar los reclamos basados en otras formas de valoración y sensibilidad ambiental, es alguna medida parte de la misma mirada cultural que explica la crisis ambientales actual.
La presión actual sobre los ambientes latinoamericanos, incluyendo Uruguay, dependen tanto de los patrones de consumo nacionales, pero en mucho mayor medida de la extracción de recursos naturales para satisfacer el consumo en otros continentes. Emprendimientos como las exportaciones forestales, la soja o tal vez el hierro en el futuro, son en sentido estricto una masiva transferencia de recursos naturales bajo un sistema de comercio desigual, donde nuestro países deben lidiar con la externalización de los impactos sociales y ambientales.
El nuevo ambientalismo crítico aborda esa problemática, indica que los gobiernos progresistas sorpresivamente quedaron capturados en ese tipo de globalización, y no fueron capaces de incorporar las alternativas de izquierda frente a la mundialización. Este ambientalismo crítico posee su propia teoría del nuevo extractivismo progresista, donde los gobiernos defienden sea la minería o los monocultivos de exportación, como motor del crecimiento económico y generadores de recursos que servirían para sostener sus programas de lucha contra la pobreza. Su visión del desarrollo, entendiéndolo como progreso esencialmente económico, y donde el Estado llevaría adelante algunas compensaciones sociales, es mucho más parecido a las visiones clásicas de las década de 1950 o 1960, que a las discusiones que uno esperaría para el siglo XXI. A su vez, las contradicciones que hoy se discuten en Uruguay no son nuevas, y situaciones similares se observan desde hace años en Brasil, Ecuador o Venezuela.
Otro desarrollo, otros valores
A partir de esos debates contemporáneos, una y otra vez queda en claro que la visión convencional del desarrollo encierra unas formas muy particulares de valorar todo lo que nos rodea. Predomina la valoración económica y es esencialmente utilitarista. Eso asoma cuando, por ejemplo, el presidente Mujica alude a dunas de arenas inútiles que deberían ser privatizadas (lo inútil convertido en algo útil). El consumismo que se cultiva reproduce esos valores, donde la gente desea y ambiciona la posesión y uso de bienes y servicios, ilusionados en que asegurarán su calidad de vida, aunque en muchos casos encierran enormes impactos ambientales (el bienestar entendido como el acceso a electrodomésticos, por ejemplo). Por si fuera poco, una y otra vez se apuesta a la mística de la ciencia contemporánea como medio privilegiado y efectivo para impedir o amortiguar los impactos ambientales (¿recordamos que hasta antes del desastre de Fukushima todos los partidos políticos uruguayos defendían centrales nucleares en Uruguay como seguras?).
Un repaso de la lista de arriba muestra que ese conjunto de posturas encierra una ética muy particular en entender el desarrollo, la sociedad y sus relaciones con el entorno. Allí hay mucho de misticismo, al nivel que muchos aseguran que el “desarrollo” se ha convertido en una de las religiones propias del siglo XX. Sus liturgias están en los indicadores macroeconómicos y la tasa de exportaciones.
Llegados a este punto, me pregunto porqué se acepta el misticismo de las soluciones tecnológicas eficientes o la religión de bienestar basado en el consumo material y el progreso, pero se mira con desdén a otras culturas que buscan percibir y valorar la Naturaleza de otra manera, y se las relega como algo místico. La crisis social y ambiental, ¿no es expresión a su vez de una crisis ética? ¿No deben estar en juego otras sensibilidades y creencias? ¿No hay nada para aprender en otras culturas?
Cuando se resisten los cambios éticos en generar alternativas al desarrollo, nos mantenemos dentro del mismo sistema de valores que genera la crisis ecológica. Un desarrollo alternativo requiere no solo reposicionar por ejemplo la economía, sino que exige de otras valoraciones. La importancia de los aportes de otras culturas, es precisamente que ellas alumbran ese debate sobre los valores, ya que no defienden su bienestar como atado al progreso material. Esto no implica defender una Naturaleza intocada; de hecho, ninguna de las posturas del nuevo ambientalismo crítico sostiene esa medida 1. En cambio, lo que se hace es una deconstrucción de la ideología del progreso, y con ello de su religiosidad en la infalibilidad del crecimiento económico, los indicadores macroeconómicos y la calidad de vida atada al consumo. De esta manera, los ambientalismos no se pueden diferenciar entre aquellos que son místicos y los que no lo son.
Allí están uno de los aportes para generar una alternativa comprometida con la justicia social, lo que la hace heredera de la izquierda clásica, pero a la vez con la justicia ecológica. Estos son los nuevos aportes que una parte de la izquierda clásica sigue sin entender, ya que se defiende un compromiso con los derechos y la justicia en un nuevo sentido, al ser tanto sociales como ambientales.
A mi modo de ver, la jerarquía de la izquierda criolla no entiende estas tensiones. Es cierto que en el actual debate se están sumando algunas nuevas voces, pero no podemos olvidar que el plan de gobierno ofrecido por el FA en la última campaña electoral de 2009, no tenía un capítulo ambiental. Cuando se alertó sobre ese desvío (incluso desde este mismo semanario Voces; ver además el siguiente post al respecto), alarmados por caer en el triste ranking de ser el primer partido de izquierda en el siglo XXI que no ofrecía una propuesta ambiental, no pasó nada. No hubo reacciones políticas.
Dos años después parece retomarse la importancia de debatir sobre el papel del ambiente en nuestras estrategias de desarrollo. Pero no es un aspecto menor, observar que el actual debate no resulta de un liderazgo orientado con la renovación ideológica, sino que surge desde los reclamos y protestas ciudadanas.
Nota al pie 1. En Uruguay es común escuchar unas cuantas simplificaciones sobre las posturas de culturas indígenas frente a la Naturaleza. Brindo unos ejemplos en esta nota al pie en tanto no son el asunto central de mi argumentación. Pero entre ellas, quisiera destacar que no se pueden generalizar las visiones “indígenas” sobre la Naturaleza, ya que “indígena” es un concepto plural que engloba a pueblos y naciones muy distintas, unas más simbiontes con los ambientes naturales, y otras mucho mas manipuladoras. Asumiendo que las alusiones a la “Pachamama” y la “quena” apunten a los Andes, baste indicar que quechuas y aymaras no conciben al ambiente como un “remanzo de paz y orden”, en tanto las comunidades tradicionales hacen un uso intenso de su entorno ya que son agricultores y pastores. Su visión del entorno, entendido como Pachamama, es de una naturaleza humanizada, y recíprocamente, comunidades humanas cuya identidad depende de factores sociales pero también de su contexto ecológico.
Buena parte del presente texto fue publicado en el Semanario VOCES, 20 junio 2011 (Montevideo).
Los gobernantes de cada pais despues de estar en el poder ya cambian de sus propios opiniones y principios , en el trayecto que tuvieron solo sirve de llegar al PODER y olvidarse los interes colectivos de un pais .
igualmente pasa por varios paises de america latina, en Ecuador por ejemplo, se pretende reinicinar la explotacion minera, entregando su usufructo a grandes transnacionales.