LAS BRUTALES TENSIONES DEL DERRUMBRE DE LOS POLITICOS EN CHILE
Nueve de cada diez chilenos no tienen confianza en los partidos políticos. Esa es una situación impactante, y más cuando son los políticos los que deberían encaminar el proceso hacia una nueva Constitución, el mecanismo más urgente para superar la crisis que quedó en evidencia desde octubre de 2019. Estos y otros resultados arrojó la muy reciente encuesta del CEP (Centro de Estudios Públicos), confirmando la debacle de la política convencional, pero también dejando en claro que esa crisis es más profunda de lo que asume buena parte de la clase política, sea por derecha como por izquierda (1).
Esta nueva evaluación muestra que Chile enfrenta unas tensiones que sólo pueden ser descritas como brutales. Es que la salida a la crisis por medio de una nueva constitución que deje atrás definitivamente las herencias pinochetistas, está en manos de políticos, pero casi nadie los respalda. El 98% de los chilenos desconfía de los partidos, el 97 % del congreso y el 95% descreen del gobierno. La política convencional ha quedado en manos de una minúscula minoría a la que casi nadie apoya.
A pesar de ello, los partidos políticos que sostienen al gobierno siguen insistiendo en que una de las salidas puede ser una convención constitucional “mixta”, con un 50% de parlamentarios. No entienden que los congresistas apenas reciben un 3% de confianza. El sentido común demandaría centrarse en la otra opción, una convención con constituyentes específicamente elegidos para esa tarea, y sobre todo provenientes de movimientos sociales. De todos modos, esos políticos convencionales ya están entorpeciendo o bloqueando la postulación de candidatos independientes. Lo hacen de varios modos, como exigirles los mismos mecanismos que usan los partidos políticos, desatendiendo la paridad de género, impidiendo que exista representación específica para los pueblos originarios, y hasta entorpeciendo el acceso a la televisión.
Al mismo tiempo, Sebastián Piñera, quien de alguna manera sigue coordinando acciones para salir de este atolladero, se sumergió en el más bajo nivel de apoyo público a un presidente en el continente: sólo el 6% de los chilenos lo respaldan. Esto es menor que las adhesiones a Dilma Rousseff en Brasil (7 %) cuando se trataba su destitución; y también menos que las recibidas por Fernando de la Rúa en Argentina (8%) al tiempo de huir en helicóptero desde la casa presidencial. Dicho de otro modo, casi todos los chilenos desconfían o creen incapaz a la persona que debería mostrar los caminos de salida a la crisis.
Ni siquiera los partidos políticos de la oposición parecen entender esta problemática ya que repiten posturas que los siguen alejando de los reclamos ciudadanos. Por ejemplo, para enfrentar la protesta en las calles, los parlamentarios de la coalición de gobierno están aprobando una “ley antisaqueos” con duras penas. En ella, acciones como la interrupción de la libre circulación de personas o vehículos mediante violencia o intimidación o la instalación de barricadas, pueden ser penadas de 61 días a casi un año y medio de prisión; y los que lanzan objetos cortantes, punzante o contundentes (como una piedra), pueden ser encarcelados hasta por tres años (2). Es una norma durísima, que criminaliza la protesta, pero que de todos modos recibió votos de apoyo de parlamentarios opositores, e incluso de aquellos que se llaman a sí mismos de izquierda en Chile, como el PPD de Ricardo Lagos o legisladores del Partido Socialista.
Esto permite entender que el descrédito no afecta únicamente al presidente sino que golpea a todos los demás actores en todo el espectro ideológico. Según la encuesta del CEP, las evaluaciones negativas superan largamente a las positivas en líderes de la derecha política, como Jacqueline van Rysselberghe de la UDI (74% de imagen negativa o muy negativa frente a 6% positiva, lo que la ubica como la peor evaluada, incluso por debajo de Piñera). Pero la oposición política también es castigada por la opinión pública. Por ejemplo, Camila Vallejo, diputada por el Partido Comunista cosecha un 61 % de imagen negativa. Los líderes más jóvenes que ilusionaban con una renovación desde la izquierda al provenir del movimiento estudiantil, sufren el mismo padecimiento: Gabriel Boric recibe un 46 % de imagen negativa y sólo un 19% positiva, y Giorgio Jackson, líder de Revolución Democrática y uno de los promotores del Frente Amplio, tiene 49% de imagen negativa y 19% de positiva.
Más allá de los límites de encuestas como las del CEP, y la calidad de esos indicadores, lo que parece evidente es que las mayorías ciudadanas no sólo no se sienten reflejadas en los dichos y acciones de los políticos, sino que cada vez más desconfían de ellos. El problema es mucho más agudo para las izquierdas, ya que se esperaría que sintonizaran mejor con las demandas en las calles.
De hecho, el viraje hacia la izquierda que ocurrió en varios países vecinos a inicios de los años 2000 fue el resultado de severas crisis en gobiernos conservadores o neoliberales, y que incluyeron estallidos sociales en algunos casos. En esos países, las izquierdas escucharon, aprendieron, aprovecharon y lideraron esos procesos, y por ello vencieron en las elecciones. Es cierto que una vez alcanzado el gobierno, esos grupos político partidarios transitaron desde aquella izquierda al progresismo, como sucedió en Ecuador con Alianza País con Rafael Correa, o en Bolivia con el Movimiento al Socialismo con Evo Morales. Pero ese progresismo se conformó como resultado de un largo proceso que tuvo lugar mientras estaban en el gobierno, alimentado entre otras cosas por repetidas concesiones al economicismo convencional o los extractivismos.
Al contrario de esa evolución, parecería que la izquierda chilena muta rápidamente al progresismo, sin haber ganado el gobierno y estando en la oposición. Esto no es exagerado y basta repasar la reciente carta de renuncia de casi 70 militantes al Partido Socialista (PS), quienes claramente sostienen que su partido “hoy vive la deslegitimación social más profunda de su historia”, por un liderazgo que nunca asumió la voluntad de la militancia en favor de un “programa antineoliberal y crítico al capitalismo”, y que se alejó de los movimientos sociales, para sumarse a un “polo socialdemócrata conservador”. La carta es lapidaria: “Chile despertó, pero el PS sigue sumido en el letargo” (3).
Similares reclamos se escuchan desde importantes líderes que actuaban dentro del Frente Amplio (FA). El alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, expresa la raíz del problema: “No entiendo cómo el FA prefiere dialogar con estos sectores autoritarios de la derecha y no con los movimientos sociales”, y agrega que la derrota de ese autoritarismo no se hará con la derecha sino “trabajando y construyendo con la gente” (4). Sharp renunció en el pasado noviembre a Convergencia Nacional, uno de los grupos del Frente Amplio, cuando su líder, Gabriel Boric, se sumó al programa del gobierno para una nueva Constitución.
Los analistas y académicos más cercanos a los partidos y más alejados de los movimientos sociales no siempre parecen interesados en estas paradojas, y siguen apostado a la clase política convencional. Por ejemplo, el sociólogo y consultor Eugenio Tironi estima que dado el bajísimo respaldo a Piñera, la alternativa es «cogobernar» con el parlamento y en lo posible con los municipios, en lo que llama un «semipresidencialismo de facto» (5). Pero esto lleva a preguntarse si Tironi, como muchos otros académicos, realmente entienden lo que esa altísima desconfianza significa, ya que su receta es persistir con quienes gobiernan con el 97 % y 95 % de rechazo. No hay novedad sustancial en ello. Por eso no puede sorprender que alabe a Piñera, afirmando que «ha demostrado el tipo de ductilidad que se adquiere en el mundo de los negocios y eso es meritorio para gobernar en los tiempos» actuales. En esa afirmación se revela que Tironi, como otros analistas, siguen apostando a una estrategia de gobierno como si fuera un gerenciamiento empresarial; no es el país el que está en crisis, sino la “compañía” y basta un buen “gerente” para lidiar con ello. No habría una crisis profunda en los modos de concebir y practicar la política como discusión pública, sino que lo que se padece es una mala gestión.
Por el contrario, es más apropiado aceptar que el estallido social de octubre de 2019 resulta de unas tensiones y contradicciones mucho más complejas y profundas que un simple problema de gerenciamiento. En ese sentido, está mejor encaminada Kathya Araujo, al alertar sobre un “efecto de fisión” donde se rompen las adhesiones a las normas e instituciones de la vida en común, prevaleciendo la “desconfianza, la impotencia, la resignación o, en su versión más preocupante”, el rechazo radical (6).
No se está frente a la caída del respaldo o popularidad de algunas figuras políticas, o de un partido, sino a un derrumbe generalizado de la confianza en todos y cada uno de los políticos y de sus organizaciones. La gravedad es alarmante, pero parecería que muchos todavía no lo entienden. Las tensiones que se generan son brutales.
Es cierto que el rechazo a los modos convencionales de la política permiten nutrir reclamos de cambios profundos, como puede ser una nueva constitución, terminar con la mercantilización de la seguridad social o la medicina, recuperar el control sobre el agua, tomarse en serio la plurinacionalidad, y así sucesivamente. Esa reacción contra la política clásica ha permitido romper con mitos anquilosados, retomar debates postergados, alimentar el activismo, y una apertura a alternativas de cambio que parecían impensables hace unos meses atrás.
Pero a la vez, el rechazo puede ser tan extremo y sostenido, que carcome las opciones de construcciones políticas alternativas, justamente cuando más se necesita de ellas. El proyecto de lograr una nueva constitución para que sea exitoso requiere una recomposición del tejido político, un regreso de la confianza. Esto no será sencillo ya que aunque amplios sectores de la ciudadanía han “despertado”, los políticos convencionales y los gerentes siguen actuando para silenciarlos. Es necesaria una apertura a la pluralidad de los movimientos, y en lugar de criminalizarlos, callarlos o inmovilizarlos, es urgente escucharlos, respetarlos y cobijarlos, ya que es con ellos que se podrá reconstruir la confianza con la política. Al mismo tiempo, esos movimientos también deben asumir desafíos: se están acercando al momento en que deberán organizarse, coordinarse y representarse para que sus voces se escuchen, deberán crear una política a su medida para que sus demandas de cambio se realicen.
Referencias
- Estudio Nacional de Opinión Pública N° 84, Diciembre 2019, Centro de Estudios Públicos, en: https://www.cepchile.cl
- Senado aprueba “ley antisaqueos” con división opositora, F. Cáceres, La Tercera, 13 enero 2020, https://www.latercera.com/politica/noticia/senado-aprueba-ley-antisaqueos-division-opositora/972665
- Siguen las renuncias en el PS: 70 militantes dejan el partido con críticas a la directiva de Elizalde, El Mostrador, 16 enero 2020, https://www.elmostrador.cl/dia/2020/01/16/siguen-las-renuncias-en-el-ps-70-militantes-dejan-el-partido-con-criticas-a-la-directiva-de-elizalde
- Jorge Sharp: “Tenemos que ver cómo aprovechamos el proceso constituyente para ir por todo”, entrevista de F. Cáceres, La Tercera, 18 enero 2020, https://www.latercera.com/politica/noticia/jorge-sharp-alcalde-valparaiso-tenemos-ver-aprovechamos-proceso-constituyente-ir/978600
- Eugenio Tironi: “Piñera ha demostrado una capacidad de dominar su propio ego que era bastante inimaginada”, entrevista de F. Artaza, La Tercera, Santiago, 19 enero, https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/eugenio-tironi-pinera-ha-demostrado-una-capacidad-dominar-propio-ego-bastante-inimaginada/978621
- Katya Araujo, «Desmesura, decepción y desapego», Santiago No 8, Universidad Diego Portales, diciembre 2019.
Publicado orioginalmente en DemocraciaSur (el sitio de D3E – CLAES sobre ciudadanía, democracia y política en las alternativas al desarrollo) en enero de 2020.
En portugués en IHU (Unisinos, Brasil) aquí…